Después de dejar Ollagüe a primera hora del día en medio de una helada mañana, emprendemos rumbo hacía Ascotán en medio de una carretera que atraviesa salares y desiertos donde ver una persona es cuestión de suerte. Los primeros kilómetros los hacemos a través de una carretera donde aun la arena y los insoportables baches seguían haciendo de este viaje un a prueba a la paciencia.
70 kilómetros que por momentos parecieron ser más en medio de montañas que poco subían y rodeaban salares y viajaban acompañadas de volcanes como el Ollagüe que siempre tenía una pequeña salida de humo, como si estuviera fumando una pipa y se quedaba mirando como 2 ciclistas osados cruzaban por estas zonas tan inhóspitas.
70 kilómetros que por momentos parecieron ser más en medio de montañas que poco subían y rodeaban salares y viajaban acompañadas de volcanes como el Ollagüe que siempre tenía una pequeña salida de humo, como si estuviera fumando una pipa y se quedaba mirando como 2 ciclistas osados cruzaban por estas zonas tan inhóspitas.
Siguiendo la ruta atravesamos la laguna de los Flamencos donde se podían ver estos bellos animales en su hábitat natural el cual compartían con las vicuñas. Unos kilómetros más adelante encontramos un pequeño campamento minero del que veo saliendo un hombre vestido con un uniforme muy especial para mi y que hizo me detuviera ipso facto.
—¡Buenas! ¿Es eso un restaurante?
—No, es el casino del campamento; pero... ¿Quiere comer algo?
—Si no es problema; pero... No tengo pesos chilenos.
—Tranquilo, siga que hay suficiente comida. ¿Cuántos son?
—Somos dos, ya viene el otro y le digo. ¡Gracias!
Y así el chef del campamento nos invita un almuerzo que incluía sopa, segundo (seco), una canasta de pan y una Coca-Cola 2 litros solo para nosotros dos. Citando las palabras del amable chef "Tranquilo, que si hay comida para todo el campamento, hay para dos más. Además a veces sobra tanta que toca botarla. Hágale" disfruto de un almuerzo que estaba acompañado de un popurrí de música colombiana que en ese momento tenían (un DVD me imagino) en el gran plasma colgado en la pared del comedor. Y en medio de sabores, olores y sonidos silenciosamente me invade una nostalgia y sin que nadie se diera cuenta todo dentro de mi se quiebra y tan solo podía agradecerle a Dios en ese momento por sentirme como en casa por un momento. Terminamos de almorzar y no siendo suficiente saliendo del comedor el chef nos da una manzana y un banano a cada uno, nos desea un feliz viaje y una gran sonrisa que brillaba más que el radiante sol de este desolado lugar.
Dejando atrás el campamento nos adentramos en otro salar en medio del fuerte y ya usual viento de la tarde para hacer los últimos kilómetros y llegar a un pequeño caserío donde viven los trabajadores de los salares. Una iglesia abandonada rodeada de muros y gran frente nos sirve de refugio contra el viento y ponemos las carpas en este lugar.
—¡Buenas! ¿Es eso un restaurante?
—No, es el casino del campamento; pero... ¿Quiere comer algo?
—Si no es problema; pero... No tengo pesos chilenos.
—Tranquilo, siga que hay suficiente comida. ¿Cuántos son?
—Somos dos, ya viene el otro y le digo. ¡Gracias!
Y así el chef del campamento nos invita un almuerzo que incluía sopa, segundo (seco), una canasta de pan y una Coca-Cola 2 litros solo para nosotros dos. Citando las palabras del amable chef "Tranquilo, que si hay comida para todo el campamento, hay para dos más. Además a veces sobra tanta que toca botarla. Hágale" disfruto de un almuerzo que estaba acompañado de un popurrí de música colombiana que en ese momento tenían (un DVD me imagino) en el gran plasma colgado en la pared del comedor. Y en medio de sabores, olores y sonidos silenciosamente me invade una nostalgia y sin que nadie se diera cuenta todo dentro de mi se quiebra y tan solo podía agradecerle a Dios en ese momento por sentirme como en casa por un momento. Terminamos de almorzar y no siendo suficiente saliendo del comedor el chef nos da una manzana y un banano a cada uno, nos desea un feliz viaje y una gran sonrisa que brillaba más que el radiante sol de este desolado lugar.
Dejando atrás el campamento nos adentramos en otro salar en medio del fuerte y ya usual viento de la tarde para hacer los últimos kilómetros y llegar a un pequeño caserío donde viven los trabajadores de los salares. Una iglesia abandonada rodeada de muros y gran frente nos sirve de refugio contra el viento y ponemos las carpas en este lugar.
Siguiente día una fuerte subida de 4 kilómetros para iniciar el día y entrar en calor nos pone en rumbo hacía Chiu chiu, un pueblo que se encontraba a 90 kilómetros. La idea era pedalear hasta Calama, pero hacer 120 kms en medio del desierto con agotantes subidas y bajadas y las ya famosas rectas de estos desiertos que te acaban por el estrés psicológico que generan, no es cosa fácil. Después de un fuerte esfuerzo físico y mental llegamos a Chiu Chiu. En donde Georg y yo decidimos separarnos por lo que él se queda en un hostal camping y yo en la cancha de fútbol del pueblo. Georg es una gran persona, muy ordenado y bien meticuloso alemán, tanto que su perfeccionismo y ansiedad por tener todo bajo controlado me hacían añorar mis momentos de pedaleo en solitario. Por lo que se lo hice saber y decidimos seguir cada quien por su cuenta, Es agradable la compañía de alguien, pero por obvias razones inicie este viaje en solitario y así me siento mejor. Además ya en palabras sutiles me sentía hastiado de hablar inglés, extrañaba hablar en español y en especial en hablar conmigo mismo.
Al siguiente día sigo en solitario hacía Calama, la primera ciudad a la que llego en Chile, donde me encuentro nuevamente con civilización, gente, supermercados, pero lo más importante y satisfactorio, vuelvo a encontrar una bebida realmente fría. Desde Perú y Bolivia donde las neveras son un simple adorno en las tiendas, no había vuelto a conseguir una gaseosa fría.
Desgraciadamente disfrute tanto mi gaseosa con galletas que me sentí tan confiado de poder seguir el día con esa pequeña recarga de azúcar.
Rápidamente ubico la salida hacía San Pedro de Atacama y a pocos iba saliendo de Calama; pero, algo dentro de mi me decía que parara a comprar algo de comer y tomar para la ruta, pero osadamente me niego a hacerlo para no perder tiempo y sigo mi rumbo, un error del que aun me sigo dando latigazos en la espalda.
Una subida me pone en dirección a San Pedro, atravieso un gran campo de molinos donde Chile produce energía eólica y luego una planta solar fotovoltaica. Lo que al comienzo se veía como una subida suave de a pocos se convierte en un constante infierno. Una recta que no tiene final y en subida me desgasta y me acaba en menos de nada. Lo que comenzó a un promedio de 15 km/h terminó en un tedioso pedalear a 6 km/h con paradas a descansar cada 3 kms en las que a parte de tomar aire y comerme lo último que me quedaba de comida en las alforjas aprovechaba para recordarme lo estúpido y osado que fui al no haber parado a comprar algo de comer antes de dejar Calama.
Sin fuerzas y energía en las piernas termino empujando la bici y al final tirado al lado de la carretera agotado, pero lo peor es que eran a penas las 3:30 p.m. Otro latigazo más por mi error logístico y busco un lugar para refugiarme del viento, esconderme un poco de la carretera y hacer la carpa. Encuentro un lugar que estaba cubierto con una gran montaña de arena que me tapaba completamente de los carros que venían de Calama y unos pequeños morros laterales me cubrían de los carros que venían de San Pedro. Tan solo la punta del techo se veía. Aunque ya con poca luz poco me preocupaba la carretera, en esta recta interminable, los carros pasaban tan rápido que creo ni me veían. En medio de estrellas imposibles de contar y una hermosa Vía Lactea atravesando los cielos, duermo y descanso para seguir subiendo al siguiente día.
Al siguiente día sigo en solitario hacía Calama, la primera ciudad a la que llego en Chile, donde me encuentro nuevamente con civilización, gente, supermercados, pero lo más importante y satisfactorio, vuelvo a encontrar una bebida realmente fría. Desde Perú y Bolivia donde las neveras son un simple adorno en las tiendas, no había vuelto a conseguir una gaseosa fría.
Desgraciadamente disfrute tanto mi gaseosa con galletas que me sentí tan confiado de poder seguir el día con esa pequeña recarga de azúcar.
Rápidamente ubico la salida hacía San Pedro de Atacama y a pocos iba saliendo de Calama; pero, algo dentro de mi me decía que parara a comprar algo de comer y tomar para la ruta, pero osadamente me niego a hacerlo para no perder tiempo y sigo mi rumbo, un error del que aun me sigo dando latigazos en la espalda.
Una subida me pone en dirección a San Pedro, atravieso un gran campo de molinos donde Chile produce energía eólica y luego una planta solar fotovoltaica. Lo que al comienzo se veía como una subida suave de a pocos se convierte en un constante infierno. Una recta que no tiene final y en subida me desgasta y me acaba en menos de nada. Lo que comenzó a un promedio de 15 km/h terminó en un tedioso pedalear a 6 km/h con paradas a descansar cada 3 kms en las que a parte de tomar aire y comerme lo último que me quedaba de comida en las alforjas aprovechaba para recordarme lo estúpido y osado que fui al no haber parado a comprar algo de comer antes de dejar Calama.
Sin fuerzas y energía en las piernas termino empujando la bici y al final tirado al lado de la carretera agotado, pero lo peor es que eran a penas las 3:30 p.m. Otro latigazo más por mi error logístico y busco un lugar para refugiarme del viento, esconderme un poco de la carretera y hacer la carpa. Encuentro un lugar que estaba cubierto con una gran montaña de arena que me tapaba completamente de los carros que venían de Calama y unos pequeños morros laterales me cubrían de los carros que venían de San Pedro. Tan solo la punta del techo se veía. Aunque ya con poca luz poco me preocupaba la carretera, en esta recta interminable, los carros pasaban tan rápido que creo ni me veían. En medio de estrellas imposibles de contar y una hermosa Vía Lactea atravesando los cielos, duermo y descanso para seguir subiendo al siguiente día.
Un nuevo día, pero, la misma recta sin fin en subida. Hago 15 kms más y a penas se veía donde terminaba la recta. No importó el descanso y la pasta de la noche anterior, no siendo si quiera medio día y ya iba agotado y deseando terminar esta recta y de subir, una pequeña S y llego a lo que suponía era un paso, pero faltaban otros 5 kms más para llegar a donde comenzaba el descenso. Después de más de 50 kms subiendo por una recta del infierno llego al descenso y se ve un valle de sal en medio de estas montañas desérticas llenas de arena y pequeñas piedras.
Un rápido descenso me ponen en lo que sería la gota que rebasaría la copa. Otra subida dividida en dos rectas de 10 kms cada una y San Pedro cada vez más lejos y fuera de mi alcance.
Toda mi paciencia y fuerzas fueron consumidas por esta llegada, tanto que la última subida la hago empujando la bici. Llego al siguiente descenso que atraviesa un Valle de la Luna, uno de la Muerte y otros más atractivos de esta zona que cruzo sin deseos de conocer. Una última subida empujando la bici y sigo sin ver a San Pedro en el horizonte. Emputado y maldiciendo la montaña hago el último descenso hasta ver unos pequeños árboles al fondo y el aviso de Bienvenidos a San Pedro de Atacama. Termino el trayecto completando los 30 kms más duros de todo el viaje.
Ya en San Pedro, lo primero que hago es ir directo a una tienda y comprar y devorarme la comida que debí haber comprado desde un inicio en Calama. Siguiente, conseguir hospedaje, un agradable hostal con camping a 5000 pesos chilenos la noche. 5000 pesos que son un lujo en un país donde cualquier cosa por pequeña que sea es extremadamente cara y un país donde nada es gratis.
San Pedro lo recordaré por ser un lugar de contrastes emocionales, un lugar donde conocí gente agradable, un lugar donde hice nuevos amigos, un lugar lleno de una calma y de unos atardeceres como en ningún otro lugar, pero también un lugar al que aprendí a querer y odiar por sus constantes ráfagas de vientos cargadas de toneladas de arena, un lugar en el que a pesar de pasar 5 días no sentí haber descansado, el lugar donde perdí el celular, donde se me rompió la pata de soporte de la bici, en conclusión... San Pedro de Atacama la querré tanto como la pueda llegar a odiar.
Un rápido descenso me ponen en lo que sería la gota que rebasaría la copa. Otra subida dividida en dos rectas de 10 kms cada una y San Pedro cada vez más lejos y fuera de mi alcance.
Toda mi paciencia y fuerzas fueron consumidas por esta llegada, tanto que la última subida la hago empujando la bici. Llego al siguiente descenso que atraviesa un Valle de la Luna, uno de la Muerte y otros más atractivos de esta zona que cruzo sin deseos de conocer. Una última subida empujando la bici y sigo sin ver a San Pedro en el horizonte. Emputado y maldiciendo la montaña hago el último descenso hasta ver unos pequeños árboles al fondo y el aviso de Bienvenidos a San Pedro de Atacama. Termino el trayecto completando los 30 kms más duros de todo el viaje.
Ya en San Pedro, lo primero que hago es ir directo a una tienda y comprar y devorarme la comida que debí haber comprado desde un inicio en Calama. Siguiente, conseguir hospedaje, un agradable hostal con camping a 5000 pesos chilenos la noche. 5000 pesos que son un lujo en un país donde cualquier cosa por pequeña que sea es extremadamente cara y un país donde nada es gratis.
San Pedro lo recordaré por ser un lugar de contrastes emocionales, un lugar donde conocí gente agradable, un lugar donde hice nuevos amigos, un lugar lleno de una calma y de unos atardeceres como en ningún otro lugar, pero también un lugar al que aprendí a querer y odiar por sus constantes ráfagas de vientos cargadas de toneladas de arena, un lugar en el que a pesar de pasar 5 días no sentí haber descansado, el lugar donde perdí el celular, donde se me rompió la pata de soporte de la bici, en conclusión... San Pedro de Atacama la querré tanto como la pueda llegar a odiar.
San Pedro fue también el lugar donde conocí a Carlos, otro colombiano oriundo de Zipaquirá... y todo el cuadro se llena de simple ironía. Conocer a otro colombiano procedente de una región característica por sus minas y su gran producción de sal en una región llena de desiertos de sal. En serio más salado no se podía estar. Pero como dijo el gran Sabio de sabios "Vosotros sois la sal del mundo".
Planeando la entrada a Argentina con mi nuevo compañero de ruta decidimos hacerlo por el paso Jama, un paso que alcanza una altura máxima de 4890 mts en dos ocasiones pero que en su totalidad es pavimentado a diferencia de su homónimo el paso Sico, que no alcanza a subir más de los 4200 mts pero que cruza a Argentina por una carretera abandonada llena de arena y piedras tipo puñal que desgarran hasta las llantas más duras.
Con la ruta a tomar ya decidida nos abastecemos de comida para los siguientes 5 días y abundante agua. Comenzamos nuestra partida de San Pedro con un leve ascenso por una endemoniada recta de 15 kms parecida a la que tuve ya varios días atrás. Luego la suave subida gradualmente se va convirtiendo en una mortal subida con pendientes hasta del 9% y apenas en los primeros 20 kms y a 3500 mts. algo un poco motivante a sabiendas de que teníamos por de delante un puerto que llegaba a los 4850 mts. 10 kms más y 3950 mts completados, damos por terminado el día y hacemos la carpa en medio de un fuerte viento que para ese día se calma muy cerca a la medianoche.
Al siguiente día continuamos nuestra subida por esta empinada pendiente hasta llegar a los 4600 mts donde se encuentra el desvío hacía Bolivia en Hito Cajón donde conocemos dos parejas de ciclistas terminado la ruta de las lagunas. Siguiendo nuestro duro ascenso la ruta se suaviza un poco y podemos llegar al puerto en medio del fuerte viento que hacía que cada metro que avanzábamos fuese una tortura por lo frío que llegaba a soplar. Luego del puerto una suave bajada hasta los 4650 y nos mantenemos cruzando las montañas entre pampas desérticas y fuertes vientos. Llegamos a una laguna con un pequeño mirador con muros a la altura de la cintura que alcanzaban a medio cubrirnos del viento. Hacemos carpa y descansamos con la esperanza de a la siguiente mañana continuar sin tanto viento.
Cosa que nunca pasó ya que el viento tomó más fuerza desde la madrugada y al rayar la aurora el viento ya soplaba tan fuerte que levantaba las carpas, que de no ser por estar amarradas y por nuestro peso ya hubieran salido volando. Ya el poner las carpas en medio de este fuerte viento había sido una hazaña donde rompí una estaca y un amarre de mi carpa, desarmarlas fue el verdadero reto. El viento soplaba tan fuerte que el asomarnos por encima del pequeño muro era sinónimo de recibir un fuerte empujón que nos botaba con tanta fuerza que de no tener cuidado podíamos caer de bruces al piso. Y como si fuera poco al estar recogiendo la carpa el techo se enreda con el frente de la bici y se rasga dejando un hueco de más de 30 cms de largo.
—Maldita sea, hijo de su gran ****ísima madre de viento--
Termino de empacar con ayuda de Carlos y luego le ayudo a hacer lo mismo a él. Y comenzamos con un viento de espalda tan fuerte que aun frenando nos empujaba con fuerza. Desgraciadamente un tramo de la ruta se "devuelve" y tenemos que hacer un ascenso de 200 mts con un viento huracanado de frente y subimos empujando las bicis porque era tan fuerte que por momentos teníamos que sostenernos de la bici no para subirla sino para agarrarnos y aferrarnos a los frenos solo para que el viento no nos llevara. Y luego de una hora y media empujando e intercambiando madrazos con el viento, llegamos al puerto a unos 4880 mts y comenzar un descenso de desquite hasta los 4200 mts y llegar hasta el paso Jama, cruzar la frontera y entrar a la república de Argentina para descansar ese día en el pueblo de Jama dentro de una casa abandonada refugiados del viento. En esta región de los Andes el frío es lo de menos, la prioridad a la hora de hacer la carpa es buscar como protegerse del viento.
Planeando la entrada a Argentina con mi nuevo compañero de ruta decidimos hacerlo por el paso Jama, un paso que alcanza una altura máxima de 4890 mts en dos ocasiones pero que en su totalidad es pavimentado a diferencia de su homónimo el paso Sico, que no alcanza a subir más de los 4200 mts pero que cruza a Argentina por una carretera abandonada llena de arena y piedras tipo puñal que desgarran hasta las llantas más duras.
Con la ruta a tomar ya decidida nos abastecemos de comida para los siguientes 5 días y abundante agua. Comenzamos nuestra partida de San Pedro con un leve ascenso por una endemoniada recta de 15 kms parecida a la que tuve ya varios días atrás. Luego la suave subida gradualmente se va convirtiendo en una mortal subida con pendientes hasta del 9% y apenas en los primeros 20 kms y a 3500 mts. algo un poco motivante a sabiendas de que teníamos por de delante un puerto que llegaba a los 4850 mts. 10 kms más y 3950 mts completados, damos por terminado el día y hacemos la carpa en medio de un fuerte viento que para ese día se calma muy cerca a la medianoche.
Al siguiente día continuamos nuestra subida por esta empinada pendiente hasta llegar a los 4600 mts donde se encuentra el desvío hacía Bolivia en Hito Cajón donde conocemos dos parejas de ciclistas terminado la ruta de las lagunas. Siguiendo nuestro duro ascenso la ruta se suaviza un poco y podemos llegar al puerto en medio del fuerte viento que hacía que cada metro que avanzábamos fuese una tortura por lo frío que llegaba a soplar. Luego del puerto una suave bajada hasta los 4650 y nos mantenemos cruzando las montañas entre pampas desérticas y fuertes vientos. Llegamos a una laguna con un pequeño mirador con muros a la altura de la cintura que alcanzaban a medio cubrirnos del viento. Hacemos carpa y descansamos con la esperanza de a la siguiente mañana continuar sin tanto viento.
Cosa que nunca pasó ya que el viento tomó más fuerza desde la madrugada y al rayar la aurora el viento ya soplaba tan fuerte que levantaba las carpas, que de no ser por estar amarradas y por nuestro peso ya hubieran salido volando. Ya el poner las carpas en medio de este fuerte viento había sido una hazaña donde rompí una estaca y un amarre de mi carpa, desarmarlas fue el verdadero reto. El viento soplaba tan fuerte que el asomarnos por encima del pequeño muro era sinónimo de recibir un fuerte empujón que nos botaba con tanta fuerza que de no tener cuidado podíamos caer de bruces al piso. Y como si fuera poco al estar recogiendo la carpa el techo se enreda con el frente de la bici y se rasga dejando un hueco de más de 30 cms de largo.
—Maldita sea, hijo de su gran ****ísima madre de viento--
Termino de empacar con ayuda de Carlos y luego le ayudo a hacer lo mismo a él. Y comenzamos con un viento de espalda tan fuerte que aun frenando nos empujaba con fuerza. Desgraciadamente un tramo de la ruta se "devuelve" y tenemos que hacer un ascenso de 200 mts con un viento huracanado de frente y subimos empujando las bicis porque era tan fuerte que por momentos teníamos que sostenernos de la bici no para subirla sino para agarrarnos y aferrarnos a los frenos solo para que el viento no nos llevara. Y luego de una hora y media empujando e intercambiando madrazos con el viento, llegamos al puerto a unos 4880 mts y comenzar un descenso de desquite hasta los 4200 mts y llegar hasta el paso Jama, cruzar la frontera y entrar a la república de Argentina para descansar ese día en el pueblo de Jama dentro de una casa abandonada refugiados del viento. En esta región de los Andes el frío es lo de menos, la prioridad a la hora de hacer la carpa es buscar como protegerse del viento.
Al siguiente día con más de 120 kms por delante para llegar a Susques atravesamos pampas y salares para casi al mediodía haber completado un total de 50 kms, una pequeña parada a almorzar, con tan mala suerte que cuando continuamos la carretera toma un pequeño giro hacía el norte y nos pone nuevamente con el viento de frente, esta vez luchando contra las fuertes corrientes para no ser empujado fuera de la carretera, y en momentos empujado hacía la otra calzada con carros viniendo de frente.
Nos toma casi dos horas completar un tramo de 15 kms que rodeaba un salar para volver a girar rumbo al sudeste y volver a tener el viento de espalda, y comenzar un pequeño ascenso, la cuestión era que ya veníamos con las piernas cansadas por el esfuerzo hecho contra el viento y aun faltaban 30 kms más.
Contra todo pronóstico completamos la subida seguido un pequeño descenso y una nueva subida y al final por fin llegamos al puerto desde el cual se podía divisar toda la zona con su quebrada topografía y sus cañones entre montañas, un pequeño cambio de panorama ya que de a pocos iba cambiando de desierto a verde. Comenzamos el descenso a velocidades inimaginables en una bicicleta pero con cuidado de no encontrarse una ráfaga de viento, ya que nadie quería ser empujado fuera de la carretera descendiendo a 85 kms/h que fue a máxima velocidad que alcancé en este descenso,
Ya en Susques hacemos un inventario de la comida y sacamos cuentas de los kilómetros faltantes, pero la comida no nos alcanzaba, prácticamente se nos había terminado y seguir haciendo 100 kms diarios para poder llegar a Jujuy en dos días nos iba a acabar. No teniendo más opciones seguimos la ruta en estas condiciones y la salida de Susques la hacemos en medio de fuertes subidas y bajadas hasta llegar a una pampa y una recta en medio del desierto que atraviesa unas salinas. Desgraciadamente y después de 40 kms mis piernas no dieron más y mi cuerpo cansado y agotado, seguido de varias noches donde dormir se hacía cada vez más difícil y sumado a un dolor en el pecho y la espalda que me invadía mientras dormía y no me dejaba mover del intenso dolor. Creo que después de recibir tanto viento y comer tanta arena, mi cuerpo estaba pagando la consecuencias de estas duras carreteras.
Vencido por el cansancio y el malestar llegamos a un pequeño caserío donde una señora muy amablemente nos ofrece una sopa y un pan de 3 semanas, pero que remojado en la sopa se hacía fresco de nuevo. Un manjar en medio de la nada nos hace recobrar un poco el ánimo, pero aun así mis piernas no daban más para seguir. Decidimos quedarnos haciendo auto-stop en este pequeño caserío con el riesgo de que si no nos recogían tendríamos que pasar la noche allí, utilizar nuestra última libra de pasta que quedaba y seguir pedaleando al siguiente día para hacer los 160 kms que faltaban para llegar a Jujuy, sin contar el alto a 4170 mts que teníamos que pasar para llegar.
Nos toma casi dos horas completar un tramo de 15 kms que rodeaba un salar para volver a girar rumbo al sudeste y volver a tener el viento de espalda, y comenzar un pequeño ascenso, la cuestión era que ya veníamos con las piernas cansadas por el esfuerzo hecho contra el viento y aun faltaban 30 kms más.
Contra todo pronóstico completamos la subida seguido un pequeño descenso y una nueva subida y al final por fin llegamos al puerto desde el cual se podía divisar toda la zona con su quebrada topografía y sus cañones entre montañas, un pequeño cambio de panorama ya que de a pocos iba cambiando de desierto a verde. Comenzamos el descenso a velocidades inimaginables en una bicicleta pero con cuidado de no encontrarse una ráfaga de viento, ya que nadie quería ser empujado fuera de la carretera descendiendo a 85 kms/h que fue a máxima velocidad que alcancé en este descenso,
Ya en Susques hacemos un inventario de la comida y sacamos cuentas de los kilómetros faltantes, pero la comida no nos alcanzaba, prácticamente se nos había terminado y seguir haciendo 100 kms diarios para poder llegar a Jujuy en dos días nos iba a acabar. No teniendo más opciones seguimos la ruta en estas condiciones y la salida de Susques la hacemos en medio de fuertes subidas y bajadas hasta llegar a una pampa y una recta en medio del desierto que atraviesa unas salinas. Desgraciadamente y después de 40 kms mis piernas no dieron más y mi cuerpo cansado y agotado, seguido de varias noches donde dormir se hacía cada vez más difícil y sumado a un dolor en el pecho y la espalda que me invadía mientras dormía y no me dejaba mover del intenso dolor. Creo que después de recibir tanto viento y comer tanta arena, mi cuerpo estaba pagando la consecuencias de estas duras carreteras.
Vencido por el cansancio y el malestar llegamos a un pequeño caserío donde una señora muy amablemente nos ofrece una sopa y un pan de 3 semanas, pero que remojado en la sopa se hacía fresco de nuevo. Un manjar en medio de la nada nos hace recobrar un poco el ánimo, pero aun así mis piernas no daban más para seguir. Decidimos quedarnos haciendo auto-stop en este pequeño caserío con el riesgo de que si no nos recogían tendríamos que pasar la noche allí, utilizar nuestra última libra de pasta que quedaba y seguir pedaleando al siguiente día para hacer los 160 kms que faltaban para llegar a Jujuy, sin contar el alto a 4170 mts que teníamos que pasar para llegar.
Pasaban las horas y pasaban los carros, aunque pocos, pero ninguno paraba. Al contrario, cada que apuntábamos nuestro dedo a Jujuy los carros aceleraban y pasaban abiertos casi invadiendo el siguiente carril. Pero bien dice el dicho que lo último que debe perderse es la fe, mientras Carlos tomaba una siesta contra el muro de la humilde casa de ladrillos de adobe, me levanto y nuevamente hago la ya habitual seña de recogida, la diferencia es que veo que la camioneta cada vez iba disminuyendo la velocidad al punto de detenerse unos metros adelante mío, sin dudarlo y con las piernas acabadas corro hacía la ventana del copiloto y una breve presentación mía y del caso nos embarca a Carlos y a mi rumbo a Purmamarca con las bicis amarradas en el platón de una Toyota Hilux doble cabina.
Rumbo a Purmamarca porque fue lo que dije al comienzo, pero al llegar allá el seór nos pregunta que si queríamos quedarnos ahí o seguíamos hasta Jujuy, a lo que sin hesitar digo que Jujuy. Durante el recorrido pudimos ver lo mucho que nos hacía falta por hacer de la certa para llegar a las salinas, lo duro de la subida al alto que nos esperaba y el súper descenso que nos perdimos, pero en resumidas cuentas, sin comida y con 3-4 días de camino por delante era casi imposible terminar esa ruta pedaleando.
Ya en Jujuy el amable señor nos da unas pequeñas indicaciones un total agradecimiento y comenzamos a buscar un lugar donde quedarnos en medio de calles aglomeradas por los carros y la gente caminando.
Al final de todo pudimos encontrar un buen lugar donde pasar los siguientes 4 días recuperando fuerzas, pero más importante, el ánimo, para seguir con nuestra ruta rumbo al sur con dirección a Mendoza.
Rumbo a Purmamarca porque fue lo que dije al comienzo, pero al llegar allá el seór nos pregunta que si queríamos quedarnos ahí o seguíamos hasta Jujuy, a lo que sin hesitar digo que Jujuy. Durante el recorrido pudimos ver lo mucho que nos hacía falta por hacer de la certa para llegar a las salinas, lo duro de la subida al alto que nos esperaba y el súper descenso que nos perdimos, pero en resumidas cuentas, sin comida y con 3-4 días de camino por delante era casi imposible terminar esa ruta pedaleando.
Ya en Jujuy el amable señor nos da unas pequeñas indicaciones un total agradecimiento y comenzamos a buscar un lugar donde quedarnos en medio de calles aglomeradas por los carros y la gente caminando.
Al final de todo pudimos encontrar un buen lugar donde pasar los siguientes 4 días recuperando fuerzas, pero más importante, el ánimo, para seguir con nuestra ruta rumbo al sur con dirección a Mendoza.